Volvemos con otro joyita perdida.
El librito es "Las aguas esmaltadas" de Manuel Díaz Luis.
Manuel Díaz Luis es un escritor salmantino que murio muy joven, apenas comenzada su carrera como escritor. Esta es su primera novela y casi última (tiene publicados otros pequeños librillos)
El libro es un mosaico de historias, vivencias, leyendas y hechos (medio reales y medio ficticios) de la Sierra de Salamanca: divertido, hermoso y tierno
Ahí va un capitulo (el dos): "Al tío Alfredín, que le decían de mote el Puspús, porque era su coletilla, todavia se le empinaba la cuerda. El tío Alfredín, el Puspús, pasaba ya de los ochenta y se empalmaba con la facilidad de un mozo. Se le ponía tan tiesa y tan dura que, de no vérsela, no era cosa de creer. Noches hubo, de las pocas que bajaba a San Andrés, de dejársela palpar en el bar de Ezequiel de todo incrédulo que lo desease y se atreviese, e incluso llegó a sacársela en más de una ocasión para que no hubiese dudas y todos pudieran comprobar el prodigio de buena fe y con sus propios ojos.
- ¡Aquí lo pone, que la vista no engaña! ¿Pus luego?
De ahí debía de manarle la vitalidad y la entereza de ánimo y los riñones que le echaba a los cólicos y al demonio de la muerte.
Al tío Alfredín, el Puspús, la primera mujer se le fue moza, porque, según él, no le tenía aguante. A la segunda, la Flora, con la que tuvo al Gorgonio, que erea serrana de pura cepa, una yeguarona de mucha carne y prestancia, la dejó tísica y derrengada de los desasosiegos y las sobas que le daba, y aunque la señora Arageme, la curandera, le mandó cocciones de gordolobo, no hubo manera de sacarla adelante, porque el tío Alfredín, el Puspús, no era hombre que se diese a recatos y penitencias, y acabó por matarla, no se sabe muy bien si de gusto, o de fatiga.
La última, la Brígida, fue la que más le duró. La Brígida se le murió de vieja porque le salió temerosa de Dios y nunca se lo daba. El tío Alfredín andaba siempre con el ansia y no sabía cómo pedírselo ni qué hacer para que la Brígida saliera de sus remilgos y letanías, y en esa mortificación estuvo, hasta que la necesidad le hizo entrar en razón y le avivó el entendimiento y, al cabo, el tío Alfredín, el Puspús, vino a dar en la afición de gallear a las pollas.
Al principio se le escapaban y le hacína sudar la gota gorda, porque él no se daba buena maña y las gallinas estaban muy entereas. Pero en pocas semanas las había tanteado a todas, y tan parco era el reposo que les daba, que se las veía vagar por los alrededores de la casacueva, somnolientas y amohinadas, dando tumbos, como transidas.
Los trabajos y los años habrían de llevarse a la Brígida y a las gallinas más viejas; mas, el tío Alfredín, el Puspús, aunque la muerte no le devolviese al ama, las pollitas nuevas, por contra, nunca le faltaron de la casacueva.
Y muchas más historietas de estos pueblos.
Ya digo, una joya perdida.
Sinceramente vuestra. SELENIA